A ver, dime: ¿cuál crees que es el verdadero terreno de trabajo de un escritor?
La respuesta está más cerca de lo que imaginas: nuestra propia mente.
El cerebro humano, tras miles de años de evolución, se ha convertido en una herramienta fascinante. Y para quienes escribimos, entender cómo se organiza es clave, porque ahí se decide si atrapamos o no al lector.
Hay dos momentos claves; dos formas de pensar. Cuando escribimos, alternamos entre dos «mentes»:
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La racional: cuando planeamos la trama, diseñamos personajes o armamos la estructura o el índice de un libro de no ficción.
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La emocional: cuando dejamos que las palabras fluyan y volcamos las emociones en el papel.
Este cambio no es casual. Viene de un modelo clásico de Paul MacLean (1913), neurocientífico que propuso el famoso cerebro triúnico: reptiliano, límbico y neocórtex. Cada parte tiene un papel distinto, y todas nos afectan como escritores.
El cerebro reptiliano: instintos y marketing
Es la parte más antigua, la que nos mantiene vivos y alerta. Para nosotros, entra en juego cuando el lector se cruza con nuestro libro en una librería, en una entrevista o en redes. Ese primer impulso instintivo —tomar el libro, hojearlo, querer comprarlo— se dispara aquí.
El cerebro límbico: emociones y memoria
Aquí está el verdadero terreno del escritor. El sistema límbico guarda recuerdos, sensaciones, emociones, imágenes. Cuando escribimos apelando a los cinco sentidos, el lector conecta de forma casi automática con su propio banco de recuerdos.
Y es en ese instante cuando la lectura se vuelve íntima, hipnótica, imposible de olvidar.
El neocórtex: razón y planificación
Es nuestra parte más «moderna»: la de la lógica, el lenguaje, el pensamiento avanzado. Es la que usamos al preparar un nuevo proyecto, trazar un plan o resolver cómo dar forma a una idea antes de escribirla.
El poder de emocionar
La mente recuerda aquello que la sacude, lo que le impacta emocionalmente. Lo que emociona, se queda. Lo que no, se borra sin dejar huella.
Si, al escribir, incluimos mensajes que emocionen y toquen al corazón, que conecte a la vez con la mente y los recuerdos impresos, avanza hacia el pensamiento del lector. Estamos hablando directamente a sus emociones, a su verdadero corazón, y el lector siente que lo que lee lo conoce, lo ha sentido, se siente inmerso en la lectura.
Por eso, cuando logramos que nuestras palabras despierten recuerdos, sensaciones y emociones, el lector siente que le hablamos directamente a él, y en ese instante se convierte en cómplice de lo que contamos.
Escribir, entonces, no es solo ordenar ideas. Es manejar con delicadeza el cerebro y la emoción del lector. Trabajamos con sus recuerdos, con su mundo interno, con esa parte sensible que nos abre la puerta a su plena atención.
Ahí está la magia.
Ese es, ni más ni menos, nuestro auténtico terreno de juego como escritores.
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