Los símbolos son un elemento cautivador para nuestros lectores.
Los símbolos representan personas, situaciones, estados de ánimo, sentimientos, pensamientos o experiencias internas. Pueden ser un objeto, una imagen, un sonido, un olor… Son útiles como lenguaje simbólico, aunque puede ser diferente según las culturas.
Nuestro día a día está repleto de símbolos: las señales de tráfico, letreros de servicios, logos de empresas, joyas favoritas… Son internacionales, no necesitan idiomas; son prácticas y rápidas de entender. Algunos son históricos cómo puede ser la pipa y el gorro de Sherlock Holmes. Otros curiosos y mágicos, como la cicatriz en z de Harry Potter o el gato negro para las brujas. Algunos románticos como el acebo, conocido por muérdago.
Como ves, pueden ser muy variados.
¿Para qué sirven?
Los símbolos ofrecen coherencia y pistas al lector. Resultan eficaces para crear un nivel interno de pensamiento en el que el lector ajusta, a su manera, los sentimientos o sensaciones que esos símbolos representan para el, o para los protagonistas.
Los símbolos se entienden de forma inconsciente. Es por ello que juegan un papel tan importante en los mitos y cuentos. Son pequeños anclajes de nuestro subconsciente pues todos, de alguna forma, tenemos algo que utilizamos o percibimos como talismán. Sólo pensar en ello nos lleva directamente a un sentimiento, un recuerdo o empoderamiento. Es importante para nosotros y es por lo que adquiere especial valor.
Teniendo esto en cuenta, y llevándolo a la mente de nuestro personaje (o dejándolo como referencia al lector), podemos crear un elemento de unión en la trama que puede dar un significado oculto y válido al carácter o profundidad del personaje, o una explicación lógica en una escena concreta.
Su representación abre todo un mundo de creación donde se pone a prueba el intelecto, la lógica y los sentimientos de nuestro lector haciendo que «juegue» con su imaginación y con el argumento.
Ese es su gran valor.
¿Cómo utilizarlo en la escritura?
No siempre es factible usar un símbolo, pero sí es fácil —con cierta sutileza—, incluirlo en el escrito.
Introducir un símbolo equivale a dar «un comodín» a quien lee; puede representar o expresar lo que el lector cree que le ocurre al protagonista con él. De esta forma, pone en juego sus propios sentimientos y pensamientos y eso, para los escritores, es un tesoro: hemos introducido y cautivado a nuestro lector, a través de las emociones.
Algo sencillo como una cadena que ha regalado la madre a la protagonista, o el osito de peluche del niño, la manta o el chupete del bebé, una traba del cabello de una adolescente, el llavero de un chico… cualquier objeto es susceptible de crear una conexión directa en la mente del lector.
Con un poco de habilidad y si, además, aportas un valor emocional en el símbolo, puedes cautivar a tu lector a lo largo de todo el argumento, creándole un punto de curiosidad creciente.