Hay un instante en el trabajo del escritor en el que todo cambia. La inspiración se ha derramado como tinta caliente sobre el papel, las palabras fluyen sin piedad ni juicio, y tú —con el corazón latiendo fuerte y los dedos manchados de historia— terminas ese primer borrador.
Es ahí, justo entonces, donde comienza el terror: se activa el momento samurái.
Todos hablamos del temor a la página en blanco. Y es real. Resulta frustrante.
Sin embargo, hay un temor aún mayor, y es cuando debes decidir sobre tu historia. Cuando una vez escrita, tienes que enfrentarte al frío juicio de lo que está bien o es paja. Ser objetivo con tu propia creación es muy duro. Pero los lectores merecen tu mejor historia. Y tu historia, su mejor versión.
Para llegar a ese instante, fundamental e imprescindible de toda vida creativa, antes hay una ley que nunca debe romperse: escribe sin interrupciones. Sin correcciones. Sin censura.
Te explico.
Primera fase: Escribir sin interrupciones.
Escribir como si estuvieras poseído.
Es clave en la creación, casi como un trance sagrado. Es ese momento en el que te centras y puedes escuchar tu voz interior, ese susurro que guía a tus personajes; te hace sentir los paisajes, escuchar los diálogos y percibir las emociones de tus criaturas.
Cuando te sientas a escribir, tu tarea es escribir. Nada más. Sin pensar en qué, ni cómo, sin interrumpir esa conexión para tachar una frase, buscar una palabra más precisa o pelearte con una coma. Si haces eso, es como detener un río para limpiar una piedra.
El arte, la creatividad, la imaginación, no nacen pulidos. Son crudos, viscerales y poderosos.
Solo por esos momentos de intimidad con tu escrito, permítete escribir mal, exagerar, repetir, equivocarte; sin mirar atrás. Esa es la única manera de atravesar el desierto del primer borrador con el fuego aún encendido y sin que rompas el hilo de la intuición o cierres el fluir creativo de tu mente.
Segunda fase: Corrige sin miedo, como un samurái
Una vez terminado ese borrador, es el turno al guerrero: el momento samurái.
Es el ritual de la lectura fría y serena; firme y despiadada. Este es el verdadero momento para corregir. Aquí, el juicio y la autocrítica no matan a la inspiración, sino que la complementan aportándole precisión.
La edición y la corrección, son las herramientas que muestran el respeto al texto. Ahora cortas, reordenas y depuras. Es posible que elimines páginas enteras, no te asustes. Y lo haces sin titubear, porque sabes que la belleza final del texto necesita tu coraje para podar lo innecesario.
Imagina un gran bloque de piedra, donde el escultor comienza a quitar capas, esquirlas, fragmentos… Hasta que descubre la imagen que tenía en su mente, encerrada dentro de la roca.
Al igual que los samuráis se entrenaban para no temblar ante la muerte, el escritor se entrena para romper y limpiar sus ideas. A veces no es fácil eliminar escenas, personajes, hilos creativos; pero, sin duda, es imprescindible para mejorar la historia.
¿Por qué separar escritura y revisión?
Porque son dos funciones mentales distintas. Escribir es intuición, emoción, caos fértil; si quieres puedes llamarlo locura febril.
Corregir es análisis, distancia y estructura.
Cuando intentas hacer ambas cosas a la vez, ni escribes bien ni corriges con claridad. Rompes el hechizo creativo y además te enfrentas a un juez interno (tu «miniyo» creativo) que siempre quiere tachar lo que aún no ha crecido, talando de raíz cualquier germen creativo o genuino.
La clave ideal para un nuevo escritor es dejar que cada fase tenga su momento: Que el artista y el samurái no se interrumpan, sino que se releven. Es una danza donde están ofreciendo lo mejor de cada uno.
Utiliza dos fases en tu escritura:
- Momentos de escritura libres. (Hay veces en que, incluso, cierro el corrector para no distraerme). Recuerda: no pierdas tiempo en releer y borrar. Solo escribe.
- Momento samurái (al día siguiente o varios, incluso). Tu mejor herramienta es leer en voz alta. Marca lo que no encaja, recorta sin miedo. Se despiadado, te juegas tu honor literario.
Resumiendo:
A.- Escribe como si nadie fuera a leerlo. De esa forma dejarás fluir tu creatividad. Es posible, incluso, que te surjan nuevos hilos o ideas de las que tirar.
B.-Corrige como si el mundo entero lo fuera a leer. No dejes pasar la más mínima duda. Todo lo que a ti te trabe, te extrañe o te chirríe, a tu lector le sucederá multiplicado.
Recuerda: el primer borrador es libertad; el segundo, disciplina.
No confundas los caminos, o te perderás en ambos.
Cuando termines de escribir, respira hondo y cierra los ojos. Relaja tu mente y afila tu espada: Es tu momento samurái.
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